Ruta en Canicosa de la Sierra: Albarcas de los Infantes de Lara, Pico Arañas y tenadas.




La Finalidad


Esta Ruta señalizada en Canicosa de la Sierra, busca adentrarnos en la historia y la literatura castellana, adentrándonos en hermosos parajes que fueron andados en tiempos por nobles protagonistas de nuestra pasado. Si esto fuera poco, el paseo entre pinos y bosques de gran belleza es coronado por un mirador desde dónde acercándonos un poco al dios de la creación, para vislumbrar las tierras, bosques y montañas de Burgos y Soria, y así poder terminar el paseo entre antiguas tenadas de pastores, que el bosque ha reclamado como suyas generando un contraste de gran belleza.

El romance de Los siete infantes de Lara:


Uno de los 3 cantares de gesta Castellana más importantes.  

Los siete infantes de Lara, hijos de Gonzalo Gustios, asisten a la boda de su tío Rodrigo de Lara con doña Lambra de Bureba. Durante la fiesta, la novia se cree ofendida por los infantes y Rodrigo promete vengarla. Envia a su hermano a Córdoba con una carta a Almanzor en la que dice a éste que mate al portador, pero se apiada y le retiene. Para completar la traición, Rodrigo manda a sus sobrinos a cruzar la frontera por Canicosa, y allí son decapitados por los moros. Almanzor presenta las cabezas de sus hijos a su prisionero. Para consolarlo de sus penas, el caudillo moro le ofrece a su hermana con la que tieneun hijo, Mudarra, que vengará la muerte de sus hermanos, los siete infantes de Lara.
A finales del Siglo X, tiempo de guerras y paz, del victorioso Almanzor al sur y de los reinos cristianos del Norte (revisar historia almanzor).
La vieja leyenda, tal como la contaba un cantar de gesta prosificado en la Crónica General iniciada por Alfonso el Sabio, comenzaba contando que en tiempos del conde Garci Fernández (finales del siglo X) se celebraron en Burgos las magníficas bodas del ricohombre Ruy Velázquez con doña Lambra. La alegría de las fiestas se ve malamente turbada por una disputa sobre los deportes caballerescos allí ejercitados; se llega a palabras ofensivas entre la novia y su cuñada, la madre de los siete infantes; ocurren también homicidios; con otras graves injurias que dan origen a una mortal enemistad entre las dos familias. Los llantos desesperados de la novia hacen que Ruy Velázquez, fingiendo reconciliación, envíe a su cuñado Gonzalo Gustioz, señor de Salas, padre de los siete infantes, como embajador a Córdoba, so pretexto de pedir a su gran amigo Almanzor ayuda pecuniaria para atender a los desmesurados gastos que las bodas le habían ocasionado.
Le envía con una carta traidora escrita en árabe, en la cual decía al moro que hiciese matar al mensajero, y que después él le entregaría a los siete infantes, grandes defensores de Castilla, induciéndoles a ir en guerra sobre la frontera de Almenar, donde el capitán moro Galbe los podía sorprender y dar muerte. Vista por Almanzor la insidiosa carta, se compadeció de Gonzalo Gustioz y se limitó a hacerle echar en prisión, mandando a la princesa su hermana que guardase y atendiese al prisionero castellano. Y así acaeció que pasando los días se hubieron de enamorar la princesa mora y el señor de Salas, y de ambos nació un hijo, Mudarra, que después fue gran caballero, como la leyenda dirá.
Antes que estas aventuras se realizasen y sabiéndose sólo en Castilla que Gonzalo Gustioz cumplía su embajada, Ruy Velázquez invitó a sus sobrinos los siete infantes para ir con él en cabalgada contra tierra de moros en el campo de Almenar. En el camino, el ayo de los siete jóvenes les quiere disuadir de la guerra a que van, pues ve agüeros muy contrarios; pero los infantes se empeñan en seguir adelante y, según el traidor había dispuesto, les sorprende el capitán moro Galbe, les cerca, les rinde, y acuciado por el traidor Ruy Velázquez los degüella, y lleva las siete cabezas a Córdoba. Esta era la costumbre de los ejércitos musulmanes: sus victorias eran anunciadas siempre por carretadas de cabezas de los enemigos vencidos, las cuales eran expuestas sobre las almenas de los muros de Córdoba, y a veces llevadas después a otras ciudades, y hasta enviadas al África como testimonio del éxito militar.
Las cabezas de los siete infantes son presentadas por Almanzor a su prisionero Gonzalo Gustioz. Ésta es la escena de mayor fuerza trágica en la terrible leyenda. Gonzalo Gustioz coge una a una las desfiguradas cabezas de sus hijos, las limpia del polvo y de la sangre que las cubría y cumple con cada una el deber ritual hacia el difunto, dedicándole un lamento y un elogio fúnebre.
El Duque de Rivas, en su Moro expósito, desarrolló esta escena en muy hermosos endecasílabos:
Toda Córdoba compadecía el dolor del prisionero, y Almanzor le dio libertad para que volviese a Castilla, llevando consigo las siete cabezas. Gonzalo Gustioz, al despedirse de la princesa mora, sueña en una posible venganza; se quita un anillo, y partiéndolo en dos, da a ella una mitad como señal por donde pudiera reconocer al hijo de ambos, cuando fuese crecido y se lo enviase. Allá en Salas, Gonzalo Gustioz arrastra una triste vida, viejo, sin amparo, sin poderse vengar de Ruy Velázquez, quien, a pesar de su traición en connivencia con Almanzor, seguía poderoso y honrado en la corte del conde Garci Fernández.
Así pasaron muchos años hasta que un día llega a Salas el hijo nacido en Córdoba, Mudarra, con 200 caballeros moros, y se da a conocer mostrando el medio anillo. Pasadas las primeras alegrías del reconocimiento, se dirigen Mudarra y su padre Gonzalo Gustioz a Burgos, y al entrar en el palacio condal, hallan allí, con el conde, al traidor Ruy Velázquez. Mudarra le desafía y le mata, vengando así la muerte de los siete infantes y la prisión del padre.

Partes del romance referidos a Canicosa


Ya se parten de la madre; en Canicosa el pinar agüeros contrarios vieron que no son para pasar: encima de un seco pino una aguililla caudal, mal la aquejaba de muerte el traidor del gavilán. Vido el agüero don Nuño:
—Salimos por nuestro mal, siete celadas de moros aguardándonos están. Por Dios os ruego, señores, el río no heis de pasar, que aquel que el río pasare a Salas no volverá.
Respondióle Gonzalvico con ánimo singular, era menor en los días, mas muy fuerte en pelear:
—No digas eso, mi ayo, que allá hemos de llegar. Dio de espuelas al caballo, el río fuera pasar.

Saliendo de Canicosa por el val del Arabiana, donde don Rodrigo espera los hijos de la su hermana, por el campo de Almenar ven venir muy gran compaña,

Alá traen por apellido, a Mahoma a voces llaman; tan altos daban los gritos, que los campos retemblaban:
—¡Mueran, mueran —van diciendo— los siete infantes de Lara! ¡Venguemos a don Rodrigo, pues que tiene de ellos saña.
Allí está Nuño Salido, el ayo que los criara, como ve la gran morisca desta manera les habla:
—¡Oh los mis amados hijos, quién vivo ya no se hallara por no ver tan gran dolor como agora se esperaba!
¡Ciertamente nuestra muerte está bien aparejada! No podemos escapar de tanta gente pagana; vendamos bien nuestros cuerpos y miremos por las almas; no nos pese de la muerte, pues irá bien empleada.

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